Yuki dibuja básicamente con el fin de ensayar y analizar lo que habrá de ser pintado, pero también con el objetivo de bocetar sobre la tela misma el croquis de la pintura; en este caso evita meticulosamente los yerros, pues aunque permita en ocasiones asomar el pentimento, prefiere en general la limpieza de los fondos, en especial, el de los blancos.
Aprendió en Japón que el dibujo demanda al mismo tiempo esmero en el oficio y presteza en la mirada (volcada hacia el interior y proyectada hacia el objeto). A su vez, esa doble maniobra exige concentración en el proceso del dibujo tanto como en el objeto a ser dibujado, y requiere observar con agudeza el todo y con penetración el detalle, de modo tal que la tarea de dibujar termina resultando tanto o más trabajosa que la de pintar. Aunque Yuki considera el trazado como un momento del proceso de pintar, sus dibujos constituyen en sí mismos un cuerpo de obra potente; el asiento de la pintura, quizá: las líneas suaves, crispadas, puntiagudas y enredadas revelarían el mapa espectral, el armazón que sostiene en silencio el peso del color y el volumen y la presión del espacio. Según sus palabras, al dibujar ella se ubica “en el otro lado de las cosas”, como si mediante el dibujo pudiese lograr que esas cosas asuman, por un instante, la posición invertida que requiere el mirar del arte para burlar el cerco de la representación naturalista.
Escobar, T (2018) La verdad de la sombra de la flor, Editorial Fotosíntesis. Asunción, Paraguay